
Pues bien, rezar el rosario no sólo hace que nos pongamos en comunión con Jesús a través del corazón de la Virgen María, sino que nos facilita el aprendizaje de la contemplación y meditación, convirtiéndose en una verdadera vía para la pedagogía de la santidad. ¿Y por qué dedicar tiempo a la Virgen María? Pues porqué quien encuentra a María encuentra a Jesús.
Pues bien, considerando que María es nuestro modelo para mirar a Jesús es necesario plantearse como miraría la Virgen a su hijo. Y sin duda alguna que la mirada no sería otra que no fuera la de mirar con ternura, admiración, gratitud, o gozo, que no son nada más que gestos propios de la adoración. Y es esta precisamente la mirada que tendríamos que tener nosotros no sólo cuando rezamos el rosario sino que también cuando asistimos a la Santa Misa. Y si no sucede así, o no entendemos la grandeza de la Eucaristía, o nos falta abundar mucho el misterio de la fe. Porque para hacerlo, es necesario mirar con asombro. Y para conseguir dicha contemplación, es necesario pararse, para determinar y tomar consciencia de cuánta gracia puede haber en tales quehaceres.
Pero María también tenía una mirada interrogadora. ¿Y dónde la Vírgen mira a Jesús de esta manera? Pues en el templo después de estarlo buscando durante tres días en Jerusalén. Y dicen los Evangelios que María guardaba estas cosas en su corazón y las meditaba (Lucas 2, 41-52). Es decir, reconocía que no entendía a su hijo, pero le daba credibilidad reconociendo que Él sabía más. Y aplicar esto a nuestra oración significa preguntar a Jesús, que es lo que Él me quiere pedir que yo no quiero dar. O que es aquello que me quiere dar que yo no sé ver.
En las bodas de Canaan, María tuvo una mirada penetrante, ya que fue capaz de entender el corazón de Jesús avanzándose a sus intenciones, decisiones y necesidades (Juan 2,1-11). Porque avanzarse a las intenciones y deseos del corazón del otro, es propio del amor y por tanto contrario a aquellas personas que van de remolque. En otras palabras, dejarse arrastar es propio de las almas mezquinas que son aquellas que carecen de generosidad y amor. Por esta razón, es de bella consideración comprender el corazón del otro, porque consiguiéndolo, llegamos a la necesaria estación del amor.
La siguiente mirada es la dolorida que acontece en la Pasión, cuando María observa a Jesús flagelado, herido, y clavado en cruz (María en el calvario) ¿Cuál debe ser la mirada de una madre ante su hijo que está siendo masacrado? ¿Cuál sería el rostro de María en esos momentos? Pues bien meditar o entender esta mirada es una arma muy poderosa de devoción (Flagelación de Jesús).
Otra mirada es la parturienta. Es necesario darse cuenta que María no sólo se convierte en Madre de Jesús cuando éste nace, sino que de toda la Iglesia en el episodio del calvario. (Juan 18, 25-28). Y que María se convierta en madre de los todos los cristianos es consecuencia de la misma cruz. Y claro, esto nos enseña que la santidad es fruto del dolor. Porque si no somos almas sacrificadas, no seremos almas eficaces en el hacer y proceder.
Otra mirada propia de María es la radiante, que no es otra que aquella que rebosa de alegría por sentirse hijos de Dios. Porque quien se siente hijo de Dios, ¿no debería sonreír todos los días? Y es que para conseguir dicha mirada es necesaria la contemplación en todos sus atributos. Y esto es algo que no se improvisa. Esto es una característica de alguien que se siente hijo de Dios, que se siente amado y protegido por Dios. Por tanto no tenemos excusa a estar tristes. Porque en caso de estarlos, bien seguro que hay algún obstáculo o muro entre esta persona y Dios.
Ya la última mirada es la ardorosa, que es aquella que tuvo María en el Pentecostés. Es decir, significa mirar con ilusión nuestra fe, y sin miedo alguno a nuestras vidas como creyentes.
Ya la última mirada es la ardorosa, que es aquella que tuvo María en el Pentecostés. Es decir, significa mirar con ilusión nuestra fe, y sin miedo alguno a nuestras vidas como creyentes.
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