El cristiano debe aspirar a lo máximo.

Contradecirse significa hacer algo diferente entre el pensar y el hacer. Entre la idea y el proceder. ¿Y quién no tiene contradicciones? Hasta los santos las han tenido. Pero tenerlas nos provoca una distensión psicológica, que puede incluso hasta hacer tambalear nuestra fe. Y de aquí nace la importancia de luchar por mantener la coherencia entre el pensamiento y acción. 

Hoy día, hay dos factores que nos llevan a la contradicción. El primero, es el relativismo. Esta doctrina dicta que no hay ni bien ni mal, ya que la toma de decisiones dependen del estado de ánimo. Soy yo quien decido, y soy yo quien actúo de una forma u otra dependiendo de mis tristezas o alegrías. No hay amor, ni consideración por el prójimo. Es la dictadura del interés personal, rechazando el otro, el amor o la misma verdad.  

El segundo factor que determina e influye a alimentar nuestras contradicciones es el oportunismo, una doctrina que nos lleva a pensar que todo depende de la circunstancia. Es decir, no hay principio alguno que pueda regir nuestra vida. No existe norma alguna que regule nuestra moral. Y por tanto, no existe Dios, ni se plantea su lugar en nuestras vidas. Y es bien sabido que el cristianismo se rige por unos principios. Unos principios que conducen a la felicidad, que es el ideal no sólo de cualquier ser humano.  

Luchar contra la contradicción no significa cumplir con lo mínimo. ¡Rotundamente no! El no matar y el no robar no nos lleva a la santidad. Esto lo hace todo el mundo. El cristiano aspira a lo máximo, y es esto lo que nos diferencia. Esto significa luchar para disminuir tanto como sea posible la distancia entre el pensar y el hacer. Entre la idea y el proceder. Y no hay otro medio para conseguir esto que el mismo dominio personal. Porque sin dominio, no habría sociedad. Luchar por ello, nos lleva a contrarrestar la contradicción, y por tanto a alcanzar la madurez personal y consecuentemente nuestra relación con Dios. 

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